SERIES

¡Se había perdido!

Vivían dos hermanos en casa, junto a su padre, gozando de los privilegios de un hogar próspero. Todo lo que tenía el buen hombre era para sus dos únicos hijos. Un día, el menor se levantó decidido a independizarse de la autoridad y supervisión de su padre, pidió la herencia que le correspondería en el futuro. El padre accedió, concediendo la parte que le correspondía.

El hijo reunió todo cuanto tenía y se marchó lejos. Despilfarró su fortuna en una estilo de vida que no había sido enseñado por su padre y que deshonraba a Dios.

En aquel lugar hubo escasez terrible y, sin dinero, el hijo menor pidió trabajo. Lo único que consiguió fue cuidar cerdos. Tan desdichado y hambriento se sentía que hasta la comida de los cerdos anhelaba como alimento. Estando en esa condición de miseria, recapacitó: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen comida de sobra, mientras hoy estoy aquí muriéndome de hambre!” (Lucas 15.17 TLA). Entonces, volvió en sí y decidió volver a casa, con humildad, sin arrogancia. La experiencia tal, dejó al joven deseoso de la misericordia de su padre, planeaba pedirle trabajo, no se sintió digno de ser llamado hijo suyo.

Lleno de esperanza, se levantó y fue de regreso a casa. Cuando apenas llegaba, su padre corrió a abrazarlo, a besarlo. El joven, avergonzado, exclamaba confesando lo ingrato que había sido. Con humildad, reconocía su mal comportamiento y se declaraba no ser digno de llamarse su hijo. El padre solo podía pensar en una cosa: su hijo estaba vivo y de vuelta en casa. Ordenó vestirlo y calzarlo.

Se celebró un gran banquete en honor de aquel hijo pródigo, que después de haber cometido error tras error, haber ofendido a su padre y a Dios, habiendo malgastado una fortuna, estaba vivo, de vuelta en casa.

Nadie queremos que nuestros hijos tomen un camino que les hará sufrir y/o alejarse de Dios. Debemos aceptar que los hijos llegan, tarde o temprano, a una edad en la que toman decisiones propias. Algunas serán de bendición, otras de aprendizaje.

¿Qué podemos aprender del padre del hijo pródigo?

  1. Dejar a los hijos tomar decisiones propias. La independencia de los hijos hacia los padres es algo que debe ocurrir tarde o temprano. Lo ideal es que ocurra de forma gradual. En la etapa de crianza, es recomendable otorgar oportunidades para tomar decisiones sobre asuntos sencillos. A  medida que los padres delegan responsabilidades a los hijos, se fomenta la autonomía. Cuando las decisiones no resultan el resultado esperado, se debe alentar y aconsejar a los hijos para las siguientes oportunidades. Enfatizar que todo es un aprendizaje. El resaltar los errores prolonga que los hijos dependan de los padres estorbando su madurez y autonomía. Papá y Mamá no estarán para siempre y en todo momento con sus hijos. Lo mejor, es promover esa autonomía bajo la dirección de Dios y su palabra. “… Hazme saber cuál debe ser mi conducta, porque a ti dirijo mis anhelos.” Salmo 143.8
    1. Mantener la fe. Si usted, papá o mamá, fue criado(a) en un hogar donde se facilitó la autonomía de forma asertiva, permitir que sus hijos tomen decisiones propias no será fatigoso. Por el contrario, si fue criado de forma que sus padres obstaculizaban su autonomía, le resultará agobiante soltar el control en la toma de decisiones de los hijos. Aquí es donde los padres recurrimos a Dios, con mayor frecuencia que ninguna otra área de nuestra vida: cuando los hijos toman decisiones que los aleja de la fe que les hemos enseñado. No se trata de desobligarse de los hijos, ni permitir lo que les parezca correcto. Se trata de cumplir con nuestra tarea impuesta por Dios de guardar su palabra, ponerla por obra y enseñar a nuestros hijos a seguir nuestro ejemplo (Deuteronomio 4.1-9). Pidamos sabiduría para enseñar (Santiago 1.5) y fe de que la semilla plantada dará fruto (Marcos 4.27-28). Nunca dejes de orar por tus hijos, aunque parezca que ya no tienen vida espiritual. Podrías sorprenderte el día en que llegue a casa buscando misericordia.
    1. Perdonar. Antes que tus hijos den muestras de sentirse tentados a ir por el camino equivocado, enséñales que siempre pueden regresar a Cristo, que siempre pueden regresar a ti. Algunas personas necesitan tocar fondo para aprender sobre la gracia, sobre el amor incondicional de Dios y sobre la vida eterna. Nadie quiere que su hijo sea ese hijo. No podemos elegir, pero podemos enseñar. Enseña el camino de regreso a casa. Enseña que siempre hay una oportunidad para ser perdonado. Cuando perdonar no resulta fácil, pide a Dios produzca en tu corazón su amor hacia tus hijos. Bendice a tu hijo(a) a través del perdón. Dios dice:
      “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.” Isaías 41.10.

Bendecir a nuestros hijos enseñándoles cuan valiosos son, puede pavimentar el camino de regreso a casa, si se alejan o pierden el rumbo. Nuestra oración a Dios es una poderosa puerta abierta para pedir, mantén la fe (Lucas 11.9-13). Cuando veas la respuesta de Dios y mires a tu hijo regresando a casa, disponte a recibirlo con gozo, ¡está vivo! ¡ha regresado! Es tiempo de bendecir.

Deja un comentario