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Dejen que les enseñe el temor de Dios

Siéntate en el sillón más cómodo, prepara tus botanas y disfruta de la película:

Con panderos y cánticos de alegría, las mujeres del pueblo celebran la victoria del jovencito David. Se escuchaban las coplas entonadas: Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles. Desde ese día, el rey miró con celos al joven, pero sabiendo que Jehová esta con él, tuvo temor por largo tiempo. Procuraba Saúl mandar a la guerra a David para que muriera, pero cada vez que enfrentaba enemigos, el joven regresaba con grande éxito. No pudiendo controlar su ira, comenzó persecución contra él.

Primero, David huyó con el profeta Samuel de Ramá a Naiot donde Dios hizo profetizar a los mensajeros y al mismo Saúl, volvió al palacio haciendo pacto con Jonatan, huyó a Nob con el sacerdote Ahimelec quien le dio la espada con la que cortó la cabeza de Goliat, de ahí se fue a Gat donde se hizo pasar por loco, para luego huir a la cueva de Adulam y enseguida a Mizpa donde el profeta le indicó huir al bosque de Haret, mientras tanto Saúl mandó matar a 85 sacerdotes de Jehová, mujeres, niños y ganado de Mizpa, por haber ayudado a David. De ahí, se fue a Keila donde peleó contra filisteos para defender el lugar, pero declarándole Dios que el pueblo lo entregaría en manos de Saúl se fue al desierto de Zif. Los moradores de Zif dieron aviso a Saúl que David se escondía entre peñas, sabiendo esto David se fue al desierto de Maón, pero Saúl se desvió para pelear contra los filisteos. Mientras tanto, David se escondió en el desierto de En-gadi. Estando escondido en una cueva junto a sus hombres, Saúl entró a hacer sus necesidades en la misma cueva que se escondía David. Entonces los hombres de David le dijeron: Dios te entregó a tu enemigo en tu mano, haz como te parezca. Pero David se negó y se levantó silenciosamente para cortar solo la punta del manto del rey Saúl y dijo a sus hombres: “Líbreme Dios de levantar mi mano contra el ungido de Jehová”, además, no permitió que atacaran a Saúl (1 Samuel 24.6, 7 PAR). Alejándose Saúl de la cueva, David le gritó: “Dios te puso en mis manos, me dijeron que te matase y no te maté, solo corté la orilla de tu manto como prueba. Conoce que no hay traición en mi. Jehová juzgue entre tu y yo.” (1 Samuel 24.8-15 PAR). Así entendió Saúl que David sería el próximo rey, lo bendijo y le pidió que no acabara con sus hijos, y así lo prometió David.

¡La película no ha hacabo!, faltan los créditos. Al final de esta persecución, David se sentó a escribirlos: “Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca… Busqué a Jehová, y él me oyó, y me libró de todos mis temores… Este pobre clamó, y le oyó Jehová, y lo libró de todas sus angustias. El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende. Gustad, y ved que bueno es Jehová; dichoso el hombre que confía en él. Temed a Jehová vosotros sus santos, pues nada faltan a los que le temen.” Salmo 34.1-9. David reconoce quién es el protagonista de su historia: Dios, quien lo oyó, lo libró, lo defendió.

¡Faltan los extras! Al final de los créditos, David añade los extras: “Vengan hijos míos, escúchenme y dejen que les enseñe el temor del Señor. ¿Desean larga y próspera vida? ¡Pues cuidado con la lengua! No mientan. Apártense del mal y hagan el bien. Procuren vivir en paz con todo el mundo; esfuércense en ello.”

En resumen, esta historia habla de David quien se condujo siempre en el temor de Dios, produciendo dicha y providencia. Vivir así, no descarta la posibilidad de exponerse a pruebas y dificultades, pero conduce a la cobertura y dirección divinas. Las victorias que Dios le concedió tuvieron peso al momento de enseñar a sus hijos a vivir en el temor de Dios.

Ahora te pregunto: ¿Cuántos experiencias milagrosas has vivido?, ¿cuántas veces Dios te ha conducido a la victoria?, ¿cuántos momentos de prueba superaste gracias a tu confianza en Cristo?, ¿de cuántas enfermedades te ha sanado el Señor? Esas experiencias son tu historia, no olvides los créditos y llevar al extra contando a tus hijos tu testimonio. Nárrales que buscaste a Dios y el te oyó y te libró de tus angustias, de tus temores. Cuéntales los momentos en que experimentaste a Dios acampando alrededor tuyo.

Si buscas una estrategia para transmitir el temor de Dios a tus hijos, es momento de decir: “Vengan hijos míos, escúchenme y dejen que les enseñe el temor de Dios”. Narra la película, no hagas stop en los créditos, llega a hasta los extras y enseña el temor de Dios.

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