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Espigas ahogadas

Y parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron, y la ahogaron.

MATEO 13.7

Era el siglo I, cuando se formaba la iglesia todos trataban de compartir lo que tenían y vendían posesiones para poner las ganancias en servicio de las necesidades la reciente comunidad cristiana. No consideraban como suyo propio nada de lo que poseían. Nadie estaba obligado a hacerlo, de ellos nacía el vender heredades o casas y poner a los pies de los apóstoles lo obtenido. Los apóstoles a su vez, repartían de acuerdo a las necesidades de los hermanos en fe.

El evangelio se esparcía a través de los discípulos, las buenas nuevas se proclamaban y las personas creían en Cristo y venían a formar parte de la iglesia. Ananías y Safira eran parte de ella, un matrimonio que poseía una heredad decidió venderla y traer a los discípulos su ganancia. Pero en su corazón no solamente crecía la palabra de Dios, sino que la ambición y el amor por las riquezas ahogaban su deseo por hacer el bien. Dejándose llevar por el atractivo de la riqueza, acordaron entregar solamente una parte de lo que habían ganado. Nadie se enteraría que guardaban apara ellos otra parte de la venta.

A los hombres podrían engañar, pero a Dios no. Así que el Espíritu Santo reveló al apóstol Pedro la verdad: Ananías y Safira sustrajeron parte de las ganancias de la heredad tratando de engañar a los demás con lo que presentaron públicamente. La palabra de Dios que estaba plantada en sus corazones no logró madurar ni dar fruto. En lugar de identificar la ambición que germinaba en sus corazones y entregar a Dios ese pecado, permitieron que creciera juntamente con la palabra que podría salvar sus almas. Tarde o temprano, la ambición ahogó el evangelio impidiendo que el mensaje cambiara sus vidas.

¿Qué podemos hacer?

Examinar el corazón. Ya que el corazón es engañoso, no existe alguien mejor que Dios para que examine el corazón y pedirle que nos ayude a identificar lo que hay en el. Dios puede mostrar lo que hay en el corazón de tu hijo, enséñale que lo haga por el mismo, puede empezar por orar como el rey David: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame por el camino eterno.” Salmo 139.23-24

Reconocer la necesidad de Dios. La única manera en la que los hijos de Dios pueden dar un fruto de salvación es manteniéndose unidos a Él, Jesús dijo “… porque separados de mí nada podéis hacer.” Juan 15.5 Nuestros hijos necesitan aprender esta verdad bíblica, deben saber que tienen necesidad de Dios para dar fruto de salvación. No  hay otro camino, sino Jesucristo.

Pedir a Dios su ayuda. Jesucristo entiende la lucha que diariamente libramos contra nuestra carne, y a través de Hebreos 4.15-16 nos revela: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.” Tus hijos no están solos en su lucha por preservar la palabra que estás plantando en sus corazones.

Enseña a tus hijos a examinar su corazón e invitar a Dios a que lo haga, que muestre las áreas en las que necesita ser limpio y/o libre, que reconozca que el único que puede ayudarlo a arrancar cualquier espina que  pueda ahogar el fruto de salvación es Jesucristo, con ese conocimiento guíalo para que se dirija a Dios en oración y  encuentre el oportuno socorro, antes que las espinas ahoguen la palabra plantada en ellos.

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