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PALABRAS QUE TRANSFORMAN

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“La ansiedad en el corazón del hombre lo deprime, pero la buena palabra lo alegra.”


Proverbios 12.25 NBLA

Lea fue la hermana de Raquel, recibió la orden de casarse con el hombre que estaba enamorado de su hermana. Por obediencia a su padre, lo hizo. Por siete años fue la única esposa de Jacob, quien mientras estaba ya casado, trabajó para su suegro a cambio de  permitirle se casara con Raquel. Los días no eran fáciles para Lea, pues era menospreciada por su esposo y su hermana, esto la hacía sentirse afligida constantemente. Dios tuvo compasión de ella y le concedió tener hijos. Pero, cada vez que Lea concebía se hacía la ilusión de ser amada genuinamente. Después de tres hijos concebidos, cambió su perspectiva y decidió poner su vista en Dios. Al tener a su cuarto hijo le nombró Judá que significa: Alabanzas a Jehová. Años más tarde, en medio de su desfavorable situación, ella misma se declaró palabras poderosas, aún cuando las circunstancias no cambiaban, proclamó: “… las mujeres me dirán dichosa…” Génesis 30.13

A partir de ese momento enfocó su vida en las bendiciones que la rodeaban, apreciaba el amor de sus hijos y su nuevo enfoque le ayudó a favorecer a su hermana otorgándole un regalo que su hijo traía especialmente para ella. Este no era cualquier regalo, era un racimo de mandrágoras, planta que se creía sanaba la esterilidad. Aún así, Lea, transformada por las palabras poderosas que se declaró, decidió conceder a Raquel el apreciado remedio que podría sanar su esterilidad. Dios estaba atento a lo que Lea anhelaba y le concedió más hijos. Esta mujer que se declaró a sí misma palabras que transforman recibió una bendición que trascendió a sus generaciones: El Salvador del mundo fue descendiente de Lea, por medio de su hijo Judá, (Mateo 1.2-3). La Biblia no habla de los sucesos posteriores, pero seguramente algo ocurrió que Jacob decidió darle un lugar honorable a Lea sobre Raquel. Al finalizar su vida, Lea fue sepultada al lado de los patriarcas  Abraham y Sara, Isaac y Rebeca (Génesis 49.31). Después, Jacob pidió a sus hijos ser sepultado junto a ellos. Lea acabó sus días honrada por su esposo y su recompensa trascendió a la muerte. Hoy podemos decir Lea, mujer dichosa, tal como ella se declaró estas palabras que transformaron su ser. 

¡Qué bien nos haría recibir palabras que transforman el carácter, los sentimientos y el ánimo! Pero puede suceder, que no encontramos a alguien que profiera una palabra que nos haga sentir dicha. En algunos casos, nos esperanzamos a que las cosas cambien y dejamos que las circunstancias nos dicten quienes somos y cómo sentirnos. Algunas personas se boicotean así mismas declarándose desgraciadas y sintiendo lástima por sí mismas. Alcanzar la vida plena que Dios quiere que vivamos no ocurre automáticamente, debemos buscar intencionalmente esa vida abundante que hay en Él.

Si tu quieres ser transformado decídete a buscar a Dios y disponte a ser cambiado en tu forma de pensar y conociendo su voluntad (Romanos 12.2). Además, comienza a declararte bendición con tus palabras. “No empleen un lenguaje grosero ni ofensivo. Que todo lo que digan sea bueno y útil, a fin de que sus palabras resulten de estímulo para quienes las oigan.” Efesios 4.29 NTV. No esperes a que alguien te declare bendecido, no esperes a que tu situación cambie, comienza a declararte palabras que transforman. Tus hijos necesitan que tu seas transformado por la Palabra de Dios.

Reflexiona: ¿Estoy permitiendo que las circunstancias que vivo dicten quién soy yo?, ¿qué pienso de mi?, ¿mis pensamientos me hacen sentir bien conmigo mismo?, ¿en qué me están transformando mis palabras?, cuando las personas me dicen elogios, ¿creo que es verdad?; ¿conozco lo que Dios dice en su palabra acerca de mi?

Actúa: Elabora una lista de virtudes personales, léelas frecuentemente. Analiza lo que hay en tus pensamientos e identifica aquellos que no te edifican. Ubica textos bíblicos que te produzcan bendición, memoriza algunos y cuando tus pensamientos te menosprecien, recuerda los versículos.

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