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Decisiones autónomas

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Después de haber estudiado la vida de Daniel, el joven que decidió “no contaminarse” y buscar la clave para la formación de un hijo intachable como lo fue este joven ejemplar, descubro que hay mucha más profundidad en la Palabra de Dios que una simple lista de pasos a seguir como padres de familia.

Daniel fue hijo de príncipes del pueblo de Israel, era hermoso, inteligente y como todo israelita fue enseñado por sus padres en el temor de Jehová. Entre sus doce y quince años, Israel fue invadido por Babilonia y fue llevado cautivo, lejos de sus padres, para servir en la corte del rey.

Estando en Babilonia, el joven estaba destinado para ser adoctrinado en la cultura de aquel país junto a otros jovencitos judíos. Se les dio un nuevo nombre, aprendieron el idioma de los caldeos y serían alimentados bajo la dieta del nuevo pueblo. Una decisión marcó el rumbo de la vida de Daniel y sus amigos cercanos. El jovencito no estaba dispuesto a practicar costumbres contrarias a lo que sus padres le enseñaron. Aún cuando sus padres ya no estaban presentes, decidió con convicción seguir siendo fiel a lo que le habían enseñado. Daniel habló con el encargado de darles comida y le pidió que le permitiera seguir alimentándose según lo que sus padres le enseñaron. Por gracia de Dios, Melsar, aceptó alimentar a Daniel y sus amigos de acuerdo a lo que pedían. Semillas y agua fueron su alimento durante diez días. Su apariencia saludable y fuerte fue prueba suficiente para respetar las convicciones de aquellos jovencitos.

Así, Dios concedió una inteligencia superior a Daniel y sus amigos. No hubo en el reino más sabios e inteligentes que ellos. Pasaban los años y nuevos reyes tomaban el reino y Daniel siguió sirviendo en completa rectitud, sin corrupción delante de los hombres y delante de Dios.

Daniel aceptó al Dios de sus padres como suyo. Sabía cómo conducirse porque llevaba una vida cercana a Dios (Daniel 6.10). No solamente decidió no alimentarse de la comida del rey, esto fue consecuencia de la decisión más importante de su vida: andar en el camino que sus padres le enseñaron, esto es, una vida consagrada a Dios.

En los tiempos de Daniel, la madre de familia era la encargada de enseñar a los hijos más pequeños. En la adolescencia, el padre enseñaba a los hijos varones y la madre continuaba con al formación de las jovencitas. La enseñanza se basaba principalmente en enseñar las ordenanzas que Dios dio a través de Moisés; los valores, la conducta, la resolución de conflictos, todo ello era parte del aprendizaje. Los hijos memorizaban la ley de Moisés, los salmos, proverbios y profetas. Ésta enseñanza no estaba suavizada, era explícita y veraz. Los padres no tenían razón de condicionar a los hijos como “si no haces esto… yo te voy a hacer esto…”. La palabra de Dios les instruía acerca de las bendiciones de una vida en obediencia, así como las consecuencias de una vida en desobediencia a Dios y a los padres.

Enseñar a los hijos sobre la conducta y los valores comprometía a los padres a que ellos mismos vivieran una vida consagrada a Dios. Y Dios diseñó esta estructura de enseñanza, por eso leemos en Deuteronomio 6.6: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón…”. Una vez que la Palabra está en el corazón de los padres, entonces: “… las repetirás a tus hijos…” (Deuteronomio 6.67). La convicción debe estar primero en los padres y ser un ejemplo digno de imitar para que la enseñanza penetre en el corazón de los hijos y los lleve a decir como dijo Daniel: “A ti, oh Dios de mis padres, te doy gracias y te alabo; porque me has dado sabiduría y fuerza…” (Daniel 2.23).

La parte que nos toca a nosotros como padres de familia es enseñar. Pero hay otra parte que le corresponde a Dios. La labor que los padres de Daniel hicieron era costumbre judía y como ellos, muchos israelitas lo hacían. No son los genes, ni el arduo trabajo que los padres pudiéramos lograr sino el propósito de Dios para cada hijo y para cada familia. Lo que hizo que Daniel destacara sobre los demás fue divino: “Y puso Dios a Daniel en gracia y en buena voluntad con el jefe de los eunucos” (Daniel 1.9).

¿Qué padre no desea que sus hijos tomen las decisiones correctas? Para llegar a ese punto, debemos enseñarles sin empequeñecer a Dios ni su Palabra. Los hijos necesitan tener contacto con la Palabra de Dios porque ella es la que “convierte el alma” (Salmo 19.7). Los padres no podemos controlar las decisiones que nuestros hijos toman; tarde o temprano, adquieren autonomía. Pero tenemos centenares de personajes como referencia para presentar a nuestros hijos y que aprendan de las decisiones que tomaron, de aquellos que escogieron el bien y cómo fueron bendecidos y de aquellos que desatendieron la instrucción divina y las consecuencias sufrieron. Es en la Palabra de Dios donde lo sobrenatural se acciona.

Al leer el libro de Daniel y la vida que llevó, podemos aprender que no hay una método paso a paso que los padres debemos seguir para que nuestros hijos lleguen a ser intachables. Ni siquiera usando las mismas herramientas, las mismas reglas y hasta el mismo tono de voz podría dar el mismo resultado entre un hijo y otro. Y todo esto porque Dios nos hizo únicos, cierto que hay tareas básicas que como padres debemos realizar, pero esto no nos asegura que los hijos siempre van a tomar decisiones correctas. Así como nosotros cometimos y seguimos cometiendo errores, ellos también lo harán y esto también es parte del aprendizaje.

La realidad es esta, nosotros como hijos también cometimos errores y algunos causaron profundo dolor a nuestros padres y fue parte de nuestro aprendizaje. Nuestros padres cometieron errores que pudieron causar dolor a nosotros y fue parte de su aprendizaje. Y nosotros como padres vamos a cometer muchos errores en la crianza, al igual que nuestros hijos y todo debe ser usado como aprendizaje, para bendición nuestra y de ellos. Papá, Mamá, nuestros hijos van a tomar sus propias decisiones. Algunos de ellos van a aprender a través de nuestras palabras, nuestro consejo y nuestro ejemplo y eso bastará para que se conserven en el temor de Dios, pero en ocasiones, aprenderán viviendo experiencias en su propia vida.

Papá, Mamá, recuerda que antes de transmitir la fe ésta debe ser anidada en tu corazón y si no has descubierto las promesas que Dios tiene para ti, corre a la Palabra y descansa tu rol de padre o madre en Dios. Enseña con fe.

Quiero decirte que un hijo rebelde no es sinónimo de malos padres y que un hijo ejemplar no es consecuencia de padres perfectos. Guarda la palabra en tu corazón, sé un ejemplo digno de imitar por tus hijos y ora frecuentemente a Dios por esta tarea que designó para ti. Descansa en esta promesa de Dios para ti: “… todas las cosas que pertenecen a la vida y la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento del aquel que nos llamó por su gloria y excelencia” (2 Pedro 1.3). Dios depositó en ti lo necesario para guiar a tus hijos, echa mano de ello, confía en el Señor y tarde o temprano mirarás las decisiones autónomas de tus hijos encaminadas para bien.

2 comentarios en “Decisiones autónomas”

  1. Excelente reflexion, como madre quiero lo mejor para la vida de mis hijos..pero mas valioso que la prosperidad economica, laboral o profesional es que ellos alcance el conocimiento y una comunion personal con Dios Padre y su Hijo el Señor Jesucristo guiados a traves del Espiritu Santo… e indiscutiblemente es nuestra responsabilidad como padres guiarlos a traves de la Palabra de Dios y dando testimonio con nuestras acciones..

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