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Criar VS Educar

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Después del reinado de Babilonia, los persas invadieron el territorio de Jerusalén y los pueblos donde estaba esparcidos los judíos. Muchos de ellos adoptaron las costumbres nuevas que los rodeaban y aceptaban como suyos a los dioses que veneraban en los pueblos que llegaron a ocupar.

Muchos padres murieron dejando huérfanos a niños y jovencitos que sobrevivieron. En esa situación política y social se desarrolló una historia sorprendente, una pequeña huérfana judía, sin esperanza, fue llevada por Dios a lugares que jamás se imaginaría. La pequeña Hadasa tuvo la bendición de ser adoptada por su primo, Mardoqueo, quien dio continuidad a la educación que los padres no pudieron completar en la pequeña. La ferviente fe en Dios, era el estilo de vida de aquel hombre y la niña fue recogida en esta fe, formada bajo los valores y convicciones de su pueblo.

El persa Asuero reinaba en Persia y los pueblos conquistados. En tiempos de fiesta y gran celebración del rey, pidió a la reina Vasti se presentara para exhibir a todos su belleza, pero ella no quiso presentarse, el rey enfurecido le quitó su reinado y pidió que le llevaran a todas las doncellas hermosas de los alrededores para escoger una nueva reina.

Siendo Hadasa una jovencita, fue arrebatada de su hogar y llevada con otras doncellas para ser embellecidas y preparadas para presentarse al rey y éste escogiera a quien le agradara. Hadasa recibió un  nuevo nombre, Ester, quien fue presentada al rey junto a las demás jóvenes. El rey quedó cautivado por la joven, mientras todos desconocían que su origen era judío. Hadasa, ahora Ester, fue proclamada reina.

El reino de Asuero estaba integrado por hombres de distintas culturas. El rey estaba rodeado de hombres perversos que buscaban siempre su propio beneficio. A Mardoqueo le tocó escuchar cuando dos hombres eunucos conspiraban contra el rey, quien de inmediato  contó a Ester y ella al rey, éstos recibieron su castigo y el rey fue librado de una de tantas conspiraciones contra el.

Algunos hombres de la corte del rey pertenecían a pueblos enemigos de Israel, entre ellos Amán, quien buscaba cómo acabar con los judíos. Persuadiendo al rey, lo convenció de proclamar un edicto contra aquellos que no se sujetaban a inclinarse ante aquellos a quienes el rey quisiera honrar y que ningún provecho obtenía el rey de ellos. Así,  Asuero proclamó destruir a todos los judíos, sin saber que la misma reina era parte de ellos.

Mardoqueo envió a Ester instrucción de interceder al rey por su pueblo, quien, sabiendo que no podía presentarse ante el rey sin ser llamada, explicaba a su primo que le podría costar la vida. Pero Mardoqueo tenía una visión superior a la de Ester, el no ponía los ojos en lo que ocurre solamente en nuestro alrededor terrenal, el veía más allá, el tenía una perspectiva basada en los planes divinos, así que anunció a Ester: “Tal vez para esto, Dios te ha llevado a ser la reina en Persia, para salvar a su pueblo, tal vez ese es el propósito para que una joven judía haya llegado a un lugar que jamás hubiese imaginado llegar.”

La fe de Mardoqueo alineó la perspectiva de Ester y decidida, pidió que el pueblo se encomendara a Dios en su favor. Sin saber si Dios la libraría de la muerte o la favoreciera delante del rey para ser bien recibida, se presentó a su vista. Cuando el rey la miró, la miró con gracia y le dijo: “Hasta la mitad del reino se te dará”, ¿qué necesitas?

Ester actuó con inteligencia y dispuso un plan para revelar al rey quién era su siervo Amán, cómo obraba injustamente y aprovechadamente. Dios intervino a favor de Ester y Mardoqueo y su pueblo, fue decretado que el pueblo se defendiera si llegara a ser atacado y así fue librado de la muerte que Amán había dispuesto sobre sus enemigos.

La pequeña Hadasa tuvo que echar mano de su fe, esa fe que pudo extinguirse cuando se quedó sin padres, esa fe que pudo desvanecerse en medio de una fuerte cultura que la rodeaba, pudo caer en manos de padres que jamás le recordaran lo que sus padres le habían enseñado y su nombre nunca hubiera sido conocido. Sin duda, Mardoqueo no solo crió a esta jovencita, sino que la educó en el temor de Dios, lo que formó a una joven con una convicción inamovible.

La primera observación que podemos meditar en este relato es aprender a mirar la vida desde la perspectiva de Dios para comprender que nada es casualidad. El tiempo en el cual nacimos, el lugar que vivimos, nuestros padres, el entorno que nos rodea, forman parte del propósito de Dios, los hijos que tenemos incluso su carácter y personalidad, encajan divinamente en un plan celestial. En el libro de Efesios 1.11, versión Nueva Biblia Viva leemos: “… porque en su plan soberano nos escogió desde el principio para ser suyos; y esto es el cumplimiento de ese plan que Dios quería llevar a cabo.”  Al conocer esta verdad podemos aclarar muchos “porqué” que pueden surgir en la crianza. Es importante entender que no hay coincidencias, que todo tienen un propósito divino, que los hijos que Dios nos presta han sido planeados por Él y nosotros hemos sido escogidos entre millones de humanos para ser sus padres.

En segundo lugar, no hay otros seres humanos que puedan hacer mejor la tarea de ser padres de tus hijos. Dios quiere que las familias de la tierra lo conozcamos y lo reconozcamos como Salvador, ese es uno de sus propósitos principales (Salmo 105.1) y dirigirlos en ese camino es tarea que va mucho más allá que solo cuidarlos y proveerles lo básico. Para presentar a Dios a los hijos se requiere una educación que forme los valores, las creencias, las convicciones, la conducta, la disciplina, el gozo, la adoración, etc., todo lo anterior no puede ocurrir accidentalmente. La educación de un hijo de Dios debe ser intencional, preparada en estudio de la Palabra por los padres, puesta en oración continua e introducida en una rutina específica y el ejemplo parental. El resultado de una vida consagrada a Dios impregna la crianza de amor, de presencia del Espíritu Santo y sabiduría, de modo que, los padres son una cara del Padre celestial y los hijos pueden llegar a conocerle más fácilmente.

Por último, la educación de los hijos en el camino de Dios es un trabajo  para engrandecer su reino. Esta tarea no debe menospreciarse, cierto que, en ocasiones no hay reconocimiento inmediato en cambiar pañales o lidiar con un adolescente o joven, pero tu como papá o mamá tienes pensar el resultado eterno en la vida tus hijos. Como dijo Pablo a los colosenses: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.” (Colosenses 3.2). Los padres debemos criar y educar a los hijos. Entiende que es un trabajo delegado por Dios y de impacto eterno.

El pueblo judío tenía muy clara el enfoque de su educación: enseñar el camino de Dios a los hijos y formarlos en él. Mardoqueo entendió que los sucesos ocurridos a su amada prima Hadasa tenían un propósito divino: “… Yo creo que has llegado a ser reina para ayudar a tu pueblo en este momento.” (Ester 4.14 TLA, Mardoqueo no creía en las coincidencias porque conocía un Dios de planes superiores. El primo de Ester dio la educación necesaria para formar a una joven de fe en Dios Todopoderoso y se aseguró que el trabajo delegado por Dios se cumpliera.

Quizá no hemos notado que nuestros hijos tienen un propósito divino en la historia, necesitamos entender que tienen un propósito y nuestra labor es acercarlos a ese propósito, está en nuestras manos formar esos siervos de Dios para cumplir su plan. Debemos enfocarnos en ese propósito eterno y no solo para que sean educados para tener un buen empleo y buen comportamiento.

Quizá los acontecimientos que están a tu alrededor y de tus hijos son acciones en las que Dios está obrando. Dios diseñó a tu hijo, con su hiperactividad o su personalidad introvertida, su buena memoria o una discapacidad, nada es casualidad. Quizá este aislamiento es Dios llamándonos a encerrarnos en casa para pasar el tiempo con ellos, para que nos enfoquemos menos en la crianza y más en la educación.

Seamos padres que criamos y educamos.

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