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Corazones nuevos

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Hemos estado estudiando a Daniel, Ester y Esdras personajes de la Biblia nacidos durante el cautiverio que vivió el pueblo de Israel alrededor del año 605 a.C., éstos personajes aparecieron en diferentes temporadas, vemos a Daniel en el año 600 a.C. como un jovencito en la casa del rey de Babilonia, Ester es proclamada reina hacia el 478 a.C. y Esdras vuelve a Jerusalén hacia el 458 a. C. En esta ocasión vamos a viajar un poco atrás en el tiempo, antes de todos los personajes que mencionamos. Apenas habían pasado cinco años de la segunda deportación que Babilonia ordenó al pueblo de Israel, alrededor del año 597 a. C., en medio de esas circunstancias encontramos al profeta y sacerdote Ezequiel. Como nuestros personajes anteriores, no se sabe mucho de su infancia y asumimos que su formación en la enseñanza de Dios y sus estatutos fue impartida por sus padres, quienes muy probablemente no sobrevivieron tras las deportaciones, como muchos otros adultos.

El pueblo de Israel perdió la sensibilidad de buscar a Dios y honrarlo. Como hemos estado estudiando, algunos niños, jóvenes e incluso adultos se conservaron consagrados a Dios. La labor específica del profeta por parte de Dios fue predicar a los cautivos, mayormente de la clase alta, que vivían en Babilonia y sus alrededores. Mientras tanto, en Jerusalén el profeta Jeremías predicaba a los que quedaron allá la palabra que Dios le revelaba.

Ezequiel fue instruido por Dios a través de grandes visiones a exhortar al pueblo, a apartarse del pecado y convertirse a Él. Desde el inicio de su llamamiento, Dios mostró a Ezequiel que el pueblo se habían endurecido su corazón, tanto padres como hijos, y lo exhortó a no temerles y confrontarlos en la realidad que estaban practicando. Antes de enviarlo, le dio a comer un rollo que representaba Su palabra, literalmente comió la Palabra de Dios diciendo: “Y lo comí, y fue en mi boca dulce como miel” exclamó el profeta en Ezequiel 3.3. Entonces, Dios le dijo “… ve… y habla a ellos con mis palabras.” (Ezequiel. 3.4). Así, Dios lo envió advirtiéndole que no iba a ser difícil hablarles, pero la dureza de su corazón dificultaría que el pueblo recibiera el mensaje, como última instrucción le dijo: “… toma en tu corazón todas mis palabras que yo te hablaré y oye con tus oídos.” (Ezequiel 3.10). Entonces, Ezequiel fue al pueblo y se sentó con ellos durante días esperando el momento para comenzar a hablarles.

Dios mostró a Ezequiel que además de la idolatría, la dureza del corazón provocó que el pueblo se volviera violento en extremo. En los capítulos 7, 18, 22, 34 y 45, se menciona este pecado que se reflejaba en el trato de unos contra otros. Ezequiel reprende a los israelitas por la violencia con la que se conducían y sobre todo, hacia los más débiles e indefensos. Algunas versiones de la Biblia traducen esta violencia como: maltrato, opresión, agravio, abuso, forcejeo, violación (en uno de los textos), obligar, tratar con dureza, tratar con crueldad, dominar con fuerza, dominar con dureza, golpear (Ez. 7.11, 23; 18.18, 22.7, 10, 12, 29; 34.4 y 45.9). Dios le hizo saber al pueblo que no lo toleraría más y les dijo: “¡Basta ya!” (Ezequiel 45.9 RV60), “ Dejen de ser tan violentos” (Ezequiel 45.9 PDT).

Ezequiel también exhortó al pueblo que todos serían juzgados por sus actos. Que, aunque no ocurriera inmediatamente, llegaría un tiempo en el que vivirían la consecuencia de sus acciones y darían cuenta al Señor por todos lo que estaban haciendo (Ezequiel 7.8).

Dios mostró a Ezequiel visiones sobre los eventos futuros que el pueblo enfrentaría a menos que lo reconocieron como Dios.

Además, explicó al pueblo que aquel que comete maldad, pagará por su propio pecado. Los hijos no pagarán por el pecado de sus padres, ni los padres pagarán por el pecado de sus hijos. La consecuencia del pecado es resultado del mismo, no un castigo sino su derivación. Si una persona es mentirosa, como consecuencia no será confiable. Esa es su consecuencia frente a las personas, además dará cuentas a Dios. Aún así, Dios dijo: “… no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva…” (Ezequiel 33.11). Dios anhelaba que se convirtieran a Él y procuraran un corazón nuevo con pensamientos y sentimientos renovados (Ezequiel 18.31).

Más de dos mil quinientos años después podemos tomar ese mensaje para nuestro tiempo. Como hemos venido observando durante esta serie, leer la Palabra de Dios es vital para que nos conservemos en el camino del Señor y sus instrucciones de vida. Antes de hablar la verdad bíblica es indispensable que aquellos que la vamos a compartir nos alimentemos de ella. Que probemos como Ezequiel el exquisito sabor de su mensaje. El rey David cantaba: “¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca.” (Salmo 119.103). Hay que saborear la Palabra y luego, sentarnos con los nuestros para compartir lo que Dios quiere hablar.

Dios mostró la condición en la que el pueblo se encontraba y resaltó que la violencia era la conducta que los caracterizaba. La violencia, en cualquiera de sus formas, no es tolerable por Dios. No podemos usar la violencia hacia los menos fuertes y justificarnos con que somos la autoridad de nuestros hijos. Dios reprueba el uso de la violencia, sean palabras amenazadoras, gritos para someter la voluntad, golpes para “hacer lograr obediencia”, ningún tipo de abuso es tolerado por Dios. Todavía tenemos oportunidad de escoger hacer lo bueno, hoy Dios nos dice: “Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo…” Ezequiel 18.31

Recuerda, todos daremos cuentas por nuestros actos, de manera individual y certera. Yo no daré cuenta por los pecados de mis hijos y mis hijos no darán cuenta por mi pecado. Esta verdad es necesaria que la compartamos con ellos. No podemos esconder a nuestros hijos bajo nuestra sombra sobreprotectora, debemos enseñarles desde pequeños que los malos actos tienen una consecuencia que ellos enfrentarán por sí mismos.

Te animamos una vez más, a estudiar la Biblia y saborearla. Que observes también la conducta en tu hogar, si reconoces o detectas violencia entre hijos y padres o cualquier miembro de la familia, oren a Dios para ser guiados para erradicarlo, Él obra tan milagrosamente a través de su Espíritu que puede cambiar un corazón duro por uno sensible (Ezequiel 36.26). Busquemos a Dios y pidamos un corazón nuevo que nos permita hacer diferencia entre lo que está bien y lo que está mal (Ezequiel 44.23). Enseñemos a nuestros hijos a hacerlo ellos también. El Señor está dispuesto a darlo si lo pedimos:

 Entonces les daré un corazón sincero y un espíritu nuevo. Cambiaré el corazón de piedra que tienen por uno de carne para que cumplan mis leyes y obedezcan mis mandamientos. Entonces ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios.

Ezequiel 11.19-20

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