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Identificando la violencia

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Por Psic. Hidaelia Sánchez

Esto dice el Señor: ‘Sean imparciales y justos. ¡Hagan lo que es correcto! Ayuden a quienes han sufrido robos; rescátenlos de sus opresores. ¡Abandonen sus malas acciones! No maltraten a los extranjeros, ni a los huérfanos ni a las viudas. ¡Dejen de matar al inocente!

Jeremías 22.3 NTV

Un siervo del Señor no debe andar peleando, sino que debe ser bondadoso con todos, capaz de enseñar y paciente con las personas difíciles.

2 Timoteo 2.24 NTV

Tal vez hayas escuchado decir que la Biblia es un libro lleno de violencia, tratando de desacreditar lo escrito en ella, especialmente en referencia a la narración de hechos bélicos donde el pueblo de Israel lucha por conquistar la tierra prometida. Si bien es cierto que esos hechos ocurrieron, lo cierto es que el Señor ha establecido claramente desde el principio de los tiempos las virtudes que debían distinguir a los hombres y mujeres temerosos de Dios (tales como bondad, hospitalidad, pacificadores, etc.), alejándose voluntariamente de toda injusticia, pleitos, delitos y toda forma de maldad. Esto puede observarse en las ordenanzas para su pueblo plasmadas en el Antiguo Testamento, así como en la forma de convivencia de los primeros cristianos relatada en el Nuevo Testamento.

Aunque algunos presuponen que la violencia es parte de la naturaleza humana en realidad no hay nada en nuestra neurofisiología que nos impulse a actuar violentamente, más bien tiene que ver con la forma en que hemos aprendido a socializar; este aprendizaje proviene principalmente de la familia.

La familia debería ser el lugar en el que se desarrollan relaciones interpersonales de afecto, de intercambio y de responsabilidad por el cuidado y el respeto entre los miembros. Debería, asimismo, propiciar renovadas relaciones entre las personas y la reciprocidad entre generaciones, y constituirse de esta manera en un espacio fundamental para la incorporación de los derechos de las personas y el respeto por esos derechos. Sin embargo, la violencia es una realidad concreta con la que se enfrentan numerosas familias en las que las relaciones de poder y de autoridad se manifiestan con mayor frecuencia de lo que imaginamos. La violencia en el interior de una familia se revela, entonces, como una problemática real e inconciliable: provoca daños físicos, psicológicos y efectos sociales y, por lo tanto, debe considerarse un indiscutible problema de salud de la población.

El fenómeno de la violencia en el ámbito de la familia, que recién ha sido visualizado en las últimas décadas, constituye un grave problema social que afecta la salud y la calidad de vida de cada uno de sus miembros. Es decir, afecta el equilibrio necesario de las condiciones en las que desarrolla su vida cuando la violencia está presente.

El psicólogo Buhlan Husseis enuncia la violencia como “cualquier proceso, relación o condición, por el cual un individuo o grupo viola la integridad física y/o social, y/o psicológica de otra persona o grupo, generando una forma de interacción en la que este proceso se reproduce”.

La violencia no siempre es fácil de identificar, pues en algunos casos la hemos normalizado. Sí podemos verla en conductas que penalmente son tipificadas como violentas tales como el maltrato físico, sexual, psicoemocional, patrimonial y económico; pero no así en conductas relacionadas con el abandono, la negligencia y el descuido. La violencia en la familia se manifiesta, además, independientemente de la edad, la raza, el nivel educacional y/o socioeconómico y del lugar que los miembros afectados ocupen dentro del núcleo familiar. Podemos considerar diversas formas de expresión de esta violencia: violencia contra las mujeres adultas de la familia; violencia hacia los varones adultos de la familia; violencia hacia niñas, niños y adolescentes; violencia hacia los adultos mayores; Violencia hacia los miembros con capacidades diferentes; violencia hacia los miembros con enfermedades físicas y/o mentales; violencia entre hermanos y hermanas; violencia hacia los padres y las madres, sobre todo hacia las madres; violencia de familiares cercanos –tíos, abuelos–, sobre todo maltrato físico y abuso sexual de niñas y de niños; violencia entre novios y aún entre parejas separadas.

Reto a los padres: ¿Estarías dispuesto a auto-examinar tu forma de interacción familiar, con la posibilidad de identificar alguna violencia “invisible” que está dañando a sus miembros sin que lo hayas notado antes? Pide a Dios en oración que abra tus ojos y corazón para ser sensible a esta verdad que daña la integridad de lo que tanto amas: tu familia.

Abre mis ojos para que vea…

Salmo 119.18 NTV

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