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El dolor de la pérdida

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Por Aleida Morales

Bendito {sea} el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en toda tribulación nuestra, para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios.

2 Corintios 1.3-4

En los tiempos de los jueces de Israel, alrededor del año 1150 a.C. vivió Elimelec y su esposa Noemí en la tierra de Judá junto a sus dos hijos. Una difícil época para el pueblo de Israel que vivía en desobediencia y completa anarquía. Sumado a lo anterior, el hambre devastó la tierra. Elimelec decidió viajar con su familia a la tierra de Moab. Estando en aquel lugar, el hombre murió dejando viuda a su mujer con sus dos hijos. Sus hijos se casaron con mujeres moabitas y a los diez años de viudez sus hijos también murieron.

Consumida por el dolor y sin esperanza en la tierra lejana de su parentela, Noemí decidió volver a Judá. Orfa y Rut, sus nueras, decidieron irse con ella. El dolor de Noemí embargó su corazón de modo que, se negaba a ser acompañada, a ser consolada por sus nueras, ahora también viudas. Sumida en su dolor les decía: “Mayor amargura tengo yo que vosotras, pues la mano de Jehová ha salido contra mí.” (Rut 1.13). Ante tal posición, Orfa decidió con tristeza volver a casa de sus padres. Por otro lado, Rut se determinó a quedarse al lado de la dolida mujer, pues su corazón se había arraigado tan fuertemente que por encima del dolor personal veía el duelo que su amada suegra atravesaba.

Al llegar a Belén la ciudad entera se conmovió por Noemí y Rut. Cuando ella escuchaba que la llamaban Noemí, que en hebreo significa dulzura, ella decía: “No me llamen dulzura, llámenme Mara (del hebreo amargo); porque en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso”, Noemí atravesaba por el dolor de la pérdida de sus seres amados y es la emoción que la embargaba. “Me fui llena de Belén y ahora he vuelto con las manos vacías a casa” era su lamento.

Viendo la necesidad que ambas tenían, Rut decidió buscar cómo sostener a ambas. Cuando llegaron a Belén era tiempo de la siega, así que buscó campo para recoger espigas y Dios la condujo al campo de Booz, familiar de Elimelec. Según la costumbre hebrea, un pariente cercano podía redimir a una viuda al casarse por levirato (Deuteronomio 25.5-10). Booz fue noble y misericordioso con Rut, sin saber quién era. Al enterarse, buscó cómo favorecer y ayudar a ambas mujeres. Cuando Rut volvió con Noemí contó cómo Booz había sido benevolente con ella. Entonces, hubo para Noemí una esperanza, ahora podía ver bondad en medio del dolor que estaban enfrentando ambas.

Con esa esperanza en el corazón, Noemí recobró el ánimo y buscó la forma de que Booz redimiera a su difunto hijo. Dios tenía mejores planes para ambas mujeres y detrás del escenario obraba en favor de ellas. Booz y Rut se casaron, tuvieron un bebé, Obed, quien sería padre de Isaí, padre del rey David. De esta misma descendencia nació Jesús, el Salvador del mundo. Y Noemí, aquella viuda que pudo quedar en amargura tras perder a su esposo e hijos, abrazó una vida dichosa criando al nieto que Dios le otorgó.

Al leer la historia de estas mujeres podemos ver que la tristeza, el dolor, la depresión no son emociones que los hijos de Dios estemos exentos de experimentar. Muchas veces, la depresión y/o el desánimo vienen por causa de un cambio drástico o una pérdida, sea un ser querido, un bien material, un proyecto, etc. Cuando nos enfrentamos a estas situaciones es necesario vivir un duelo, es decir, manifestar el sentimiento que se tiene por una pérdida.

Regularmente el duelo se presenta en las siguientes etapas (el orden puede variar):

  • Negación
  • Enojo o ira
  • Depresión
  • Negociación (etapa de reflexión)
  • Aceptación

Si observamos un poco, podemos ver que Noemí vivió estas etapas. Al principio decidió volver a su tierra negándose a ser acompañada por sus nueras. Cada vez que se expresaba la amargura brotaba de sus labios: “Mayor amargura tengo yo… llámenme Mara… Dios me puso en grande amargura”; evidenciaba el enojo que sentía hacia la vida y hacia Dios. Pasaban los días y no encontraba ánimo para retomar su vida cotidiana, se quedaba en casa sin darse oportunidad de salir a buscar el sustento junto a su nuera, lo que denota la depresión en la que se encontraba. Posteriormente, vemos a Noemí haciendo planes con Rut para retomar la vida pese a la pérdida y reflexionar sobre el favor de Dios que nunca las dejó (Rut 4.14-17). Finalmente, Noemí acepta los planes del Señor y decide criar al hijo de Booz y Rut como su propio nieto.

La muerte física es parte de la vida que vivimos en la tierra. Como hijos de Dios, somos consolados con la esperanza de volver a ver a aquellos que hemos despedido hace años o recientemente. El dolor de la pérdida es un proceso natural; sí, hay negación a aceptar la realidad, enojo contra alguien e incluso contra Dios, es algo humano. Sentir profunda tristeza es natural en el proceso de duelo, pero debe haber un avance, debe haber una etapa de reflexión que nos vaya conduciendo hacia la sanidad para finalmente aceptar el cambio drástico que la pérdida de un ser querido conlleva. Rut y Noemí vivieron las etapas del duelo en diferente ritmo y podemos aprender de ellas. Si recientemente tu familia está experimentando la pérdida, no esperes que todos vayan al mismo ritmo de sanidad. Es importante prestar atención a las etapas en la que cada miembro de la familia está y consultar con un consejero de confianza, de fe en Cristo, en caso necesario. Lo más maravilloso que tuvo Noemí fue el apoyo incondicional de Rut. La familia y los amigos pueden ser un medio poderoso que Dios use para avanzar y aceptar que la vida sufrió cambios pero continúa.

Recuerda que Jesús mismo experimentó el dolor de la pérdida (Juan 11.28-37), él no está ajeno a lo que experimentamos en este proceso. Dios es padre de consolación (2 Corintios 1.3-4) y alguien más puede ser medio de consolación, como Rut fue para Noemí. Quizá en adelante, tú mismo pudieras ser consolación a través de tu propio testimonio. Lo primero, es que tú encuentres consolación en Cristo, que sus planes son de bien para ti aunque el escenario te diga lo contrario.

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