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Conduciendo hacia Cristo

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Por: Psic. Misael Ramírez

»Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor.  Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Átalasa tus manos como un signo; llévalas en tu frente como una marca; escríbelas en los postes de tu casa y en los portones de tus ciudades.

Deuteronomio 6:4–9, NVI

Esta famosa confesión es conocida como el Shema, y es la confesión de fe más importante del judaísmo. Puede traducirse al castellano como “escucha” y debía ser repetida todos los días –para adorar al Dios de Israel— tanto en la oración matinal como en la vespertina, y además debería ser enseñada a los hijos. La indicación de atar la palabra en la mano y en la frente era una manera simbólica de enfatizar el continuo recuerdo de la palabra de Dios. Literalmente El Shema, y otros pasajes bíblicos, fueron escritos en pequeños rollos y colocados en cubos de cuero, llamados tephilim o filaterías. Eran atados con correas en la mano derecha y sobre la frente, durante las oraciones matutinas. También se colocaban en los postes de las casas unas cajitas de vidrio o metal llamadas mezuzah (Sig. “Poste de la puerta”) con una pieza de pergamino u otro material en el que se escribía el recordatorio de que Dios es uno. Cada vez que los judíos pasaban al lado de la mezuzah, la saludaban tocándola con los dedos y luego besándose los dedos.

Cada una de estas costumbres tenían el objetivo de simbolizar la adoración y obediencia sincera a Dios; signo de que, así como se grababa la palabra de Dios en el exterior, debería grabarse en el interior: el corazón, que simboliza la voluntad, el razonamiento y la mente de cada persona. El problema es cuando las familias sólo lo grababan en el exterior, pero no en el interior. El símbolo que se muestra exteriormente –pero que no se vive— lejos de beneficiar, provoca lo contrario.

La evangelización de nuestros hijos debe trascender a las buenas prácticas como el congregarnos, orar juntos y enseñarles la Biblia; es decir, cada una de estas prácticas deben demostrarse con nuestro diario vivir. Una de las grandes tentaciones que enfrentaron tanto Israel, como la iglesia primitiva y la de Antioquía, fue no practicar la verdadera religión y ser religiosos. Ser personas religiosas es la falta de congruencia entre lo que decimos, hablamos y hacemos. La única forma de conducir a nuestros hijos a Cristo es cuando ellos ven nuestra congruencia. Veremos algunos aspectos de congruencia a vivir:

La relación de los padres

Los hijos amarán a Dios cuando vean la fe genuina de sus padres que moldea primordialmente su relación matrimonial. Los hijos tienen la necesidad de recibir amor, respeto y admiración de sus padres, pero su mayor necesidad –aunque no lo digan así— es ver que papá ama a mamá, y que mamá respeta y admira a papá. Es un aspecto que no desarrollaré tan profundamente en este escrito, pero créeme, es el más importante. De nada sirve que papá o mamá sean líderes y enseñen la Biblia, si no se demuestran amor y respeto entre ellos. Hay una máxima en esto: nunca, nunca, pero nunca; discutan delante de los hijos. Cuando los hijos no observan el amor de sus padres crecen con dificultades en su identidad, pues se supone que ellos entienden que son el fruto del amor de sus padres.

Debo resaltar que aún en los casos cuando los padres se encuentran separados nunca deben hablar mal del papá o mamá de sus hijos. La relación e imagen que el hijo tiene del padre se desarrolla a través de la mirada de la madre, y viceversa. En otras palabras, es más determinante en la imagen que los hijos tienen de su papá, la opinión que la madre hace del padre de sus hijos, que la misma relación que el padre tiene con sus hijos. No destruyas a tus hijos, ellos no escogieron a papá o a mamá, el que escogió fuiste tú.

Los consejos anticipados

Los hijos enfrentarán constantemente situaciones para las podrían no estar preparados y tomar malas decisiones. La mejor forma de hacerlo es la prevención a través de consejos anticipados y las enseñanzas constantes. Lo deseable no es la corrección constante que desgasta la relación, sino la instrucción constante que es preventiva y anticipada a las situaciones que debemos calcular enfrentarán en un mundo diferente al que los padres vivieron en su niñez. Si estos consejos anticipados se hacen con amor, sabiduría, empatía, contextualización y eficacia; los hijos aprenderán a valorar y respetar los consejos de sus padres. Acostúmbralos a la dinámica constante de: “Hijos, vengan por que papi o mami tiene algo importante que decirles”. Si los padres lo hacen así, cuando sus hijos crezcan, los padres seguirán disfrutando de este interés y admiración.

Cuando los hijos van creciendo comenzarán a hacer preguntas y a cuestionar las reglas puestas en casa. Muchos de estos cuestionamientos podrán parecerles ofensivos a los padres, pero aún así, deben ser respondidos con sabiduría. Muchos padres responden con frases como “Porque yo lo digo”, “porque son mis convicciones”, “porque son las reglas de nuestra religión”, “porque yo mando” o un inmisericorde “obedeces y punto”. Este tipo de respuestas cerradas e intransigentes, que no permiten el diálogo, son una ofensa e irrespeto al intelecto y razonamiento de los hijos que están planteando legítimas preguntas, aunque estas parezcan retadoras. Imponer, sin razonar, traerá como consecuencia que los hijos sean unos en casa y otros por fuera. Es decir, la incongruencia.

Que no halla una estructura familiar rígida

Como lo vimos en el primer tema: “Me acepto, los acepto”, los hijos pasan por diferentes etapas. Desde los dos primeros años demostrarán constantemente su necesidad de tomar decisiones y desarrollar su individuación. Posteriormente en la adolescencia esta conducta se va a acentuar y los padres tendrán que aprender a dirigir y pedir obediencia, pero también a hacer negociaciones. De nada sirve tener un hijo obediente en casa pero que se extralimitará fuera de ella.  Pablo de manera imperativa les ordena: “Ustedes los padres, no exasperen a sus hijos, para que no se desalienten.” (Col 3:21, RVC). Exasperar es provocar a enojo o ira y tiene el sentido de estimular negativamente a alguien desafiándolo y provocándolo al punto de irritarlo o enfurecerlo. El carácter rígido y autoritario de los padres solo provocará resultados negativos en los hijos.

Recuerda, la mejor forma de conducir a nuestros hijos a Cristo es a través de la congruencia del evangelio en nuestro diario vivir.

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