SERIES

Alabanza

Haz click para escuchar

Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación.

Habacuc 3.17-18

Génesis 29.30-35, 30.1-24

Dios concedió a Lea sus primeros hijos. En cada bebé que le nacía se notaba el anhelo de ser amada por Jacob. Al primero puso Rubén que significa “ved, un hijo”; al segundo, Simeón que significa “oír con aceptación”, al tercero llamó Leví el cual significa “unido”. Expresaba Lea sus sentimientos diciendo: “Ahora me amará mi marido”, “… yo era menospreciada…”, “Ahora se unirá conmigo mi marido”.

Cuando Lea tuvo su cuarto hijo, decidió cambiar la fuente de su esperanza y con esto, comenzó el camino hacia la dicha. “Esta vez alabaré a Jehová” dijo cuando nacía el pequeño Judá que significa “Alabado”. La matriz de Lea se cerró dejando de tener hijos.

Las circunstancias de Lea no cambiaron. Su marido no la prefirió sobre Raquel. Su hermana no dejó de hostigarla. Incluso, cuando Raquel entregó a su sierva Bilha para que tuviera hijos con Jacob, Lea hizo lo mismo; entregó a su sierva Zilpa. Aún cuando ella ya había tomado la decisión de alabar a Dios. Lea tuvo que vivir un proceso de transformación.  Aún así, es notable ver el cambio de Lea cuando leemos los nombres que ella puso a los hijos de su sierva; sus anhelos ya no determinaban el estado de su corazón. Ahora se expresaba con un corazón dichoso.

Años más tarde, Rubén, hijo de Lea, vino a casa con unas plantas muy peculiares, mandrágoras. El joven las entregó como regalo a su madre. Se creía que esta planta podía curar la esterilidad. Cuando Raquel se enteró lo que su hermana había recibido, suplicó que le regalaran las mandrágoras. Estas plantas representaban el sueño de Raquel hecho realidad: tener hijos para Jacob. Para una mujer en competencia la respuesta lógica debía ser NO, negarse a compartir este regalo. Piensa en esto, entregar las mandrágoras era darle toda la ventaja a Raquel y acabar con la única razón por la que Lea era un poco apreciada. Lea podría perder la competencia que por años habían luchado ambas hermanas. Pero ella había tomado una decisión, ya no caminar por el rumbo de la competencia, sino por el de la alabanza a Dios.

Aquella tarde, Lea hizo un trato con Raquel, le concedió las mandrágoras a cambio de que Jacob pasara la noche con ella. Como podemos ver, Lea seguía amando a Jacob y deseando que él la amara también. Esa noche Jacob y Lea durmieron juntos y ocurrió un milagro. Dios seguía atento a los anhelos de Lea y concedió que su matriz volviera a concebir. Así nació Isacar que significa “hay premio o recompensa”. “Dios me ha dado mi recompensa” exclamó gozosa. Tiempo después, Dios concedió dos bebés más a Lea: Zabulón (morada elevada) y Dina (reivindicada). ¿Puedes notar en los nombres de sus hijos que ya no hay un reclamo por atención y aceptación?

Tu y yo sabemos que la vida no la conceden unas plantas, sin embargo, Raquel también recibió el milagro de la fertilidad. Quizá el acto de una mujer dichosa que estaba decidida a alabar en toda circunstancia llegó a tocar el corazón de Dios. Después de estos sucesos, dice la Biblia que Dios se acordó de Raquel y le concedió hijos.

Lea aprendió a vivir una vida de alabanza y recibió a cambio una vida dichosa. Esto no ocurre porque Dios hace un intercambio con nosotros, como si fuera una condición, sino porque la vida dichosa se encuentra justo en medio de la alabanza a Dios. Podemos encontrar que al final de su vida, Lea fue sepultada junto a los patriarcas hebreos. Para los hebreos, el sitio de sepultura era algo muy honorable. Cuando un hebreo moría lejos de su tierra, se buscaba traer los restos a ese lugar de honor asignado previamente. Raquel fue sepultada en el camino a Efrata justo después de tener a su segundo bebé (Génesis 35.19), mientras que Jacob sepultó a Lea en Canaán (Génesis 49.31), años más tarde el también sería sepultado ahí por su propia petición (Génesis 50).

Toma el camino de la alabanza. Alaba al único en quien puedes ser dichosa. Alaba a quien te ha escogido para ser madre. Quizá no vayas a sentirte gozosa de un día para otro, hay frustraciones en la maternidad y posiblemente las circunstancias no van a cambiar; pero si permaneces por el camino de alabanza y la adoración aprenderás a decir como el profeta: “Con todo yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación.” Habacuc 3.18. Cuando te sientas cansada, recuérdate: “Con todo yo me alegraré en Jehová; y me gozaré en el Dios de mi salvación.”. Cuando te sientas frustrada, recuérdate: “Con todo yo me alegraré en Jehová; y me gozaré en el Dios de mi salvación.”. Cuando sientas que no tienes esperanza, recuérdate: “Con todo yo me alegraré en Jehová; y me gozaré en el Dios de mi salvación.”. Cuando no te sientas amada, recuérdate: “Con todo yo me alegraré en Jehová; y me gozaré en el Dios de mi salvación.”. Y cuando estés llena de gozo, también recuérdate: “Con todo yo me alegraré en Jehová; su alabanza estará de continuo en mi boca.”.

Vamos tomando el sendero de la alabanza.

Recuerda, pase lo que pase en tu vida el Señor tiene los ojos puestos en ti y sus oídos están atentos a tus oraciones y tu clamor (Salmo 34.15, 1 Pedro 3.12). Hemos sido creadas para alabar y en la maternidad hay centenares de momentos para darle gloria al Señor. Confía en Dios en medio de lo que estás viviendo, él está obrando a tu favor y quiere escuchar tu adoración mientras estás confiada en él. Decídete a adorar como Lea y di: “Esta vez alabaré a Jehová”.

Deja un comentario