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¿Qué estamos heredando?

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Por Aleida Morales

Cuando hablamos de herencia, nos referimos a los rasgos morales, ideológicos, convicciones, etc. que habiendo caracterizado a alguien, continúan advirtiéndose en sus descendientes o continuadores; según la definición de la RAE.

Hablando de esta herencia, nos remontamos al Edén, cuando Dios instruye a Adán y Eva a fructificad (pârâh: fructificar, crecer, dar fruto) y multiplicarse (llegar a ser muchos). Adán y Eva no sólo debían reproducirse en el área biológica como Dios dijo a los animales (Génesis 1.22) sino que debían propagar el plan de Dios. Entonces, damos por entendido que la reproducción a la que nos referimos en este tema comprende hábitos, conductas, fe, manejo de emociones y todo lo que define a un ser. 

Queramos o no, tengamos la intención o no, los padres estamos multiplicándonos. Nuestros hijos están adquiriendo parte de quienes somos y lo reproducen en sus propias vidas, aunque en algún momento de sus vidas adoptarán su propia personalidad pero con la influencia de lo que les enseñamos. Cada día, modelamos frente a sus ojos, oídos y sentimientos mientras vivimos la vida cotidiana. Desde la hora que nos levantamos, qué es lo primero que hacemos al despertar, el menú que seleccionamos para desayunar, si desayunamos o no; la puntualidad con que organizamos nuestra llegada al trabajo o su camino a la escuela; cómo nos despedimos de ellos, ¿qué les dice de nosotros esa despedida?, en caso que la haya; el reencuentro después de escuela y/o trabajo, cómo los recibimos, qué platicamos con ellos o con los demás, qué música escuchamos, cómo reaccionamos cuando nos cuentan su día, si prestamos tiempo para oír lo que vivieron en nuestra ausencia, si notamos o no su estado de ánimo; cuáles fueron nuestras prioridades, cómo cerramos el día, si incluimos un momento con Dios o lo dejamos para otro día menos cansado. 

El día cotidiano se convierte en una semana, en un mes, en un año, en la vida. Es el comportamiento diario la enseñanza silenciosa de cómo deben vivir sus vidas. Aunque no repetirán cada acción, cada hábito, cada palabra pero mucho de nosotros y de nuestro modelo será el que defina su propio ser.

Dios instruyó al pueblo de Israel mandamientos, estatutos y decretos sobre cómo vivir la vida y explicó detalladamente cuáles serían las consecuencias de una vida contraria a esas instrucciones. El Señor delegó a los padres transmitir esta enseñanza en Deuteronomio 6. Tristemente, el pueblo de Israel fue necio y decidió vivir de acuerdo a su propio juicio, se negó a escuchar la instrucción y la corrección de Dios. Ésta desobediencia se transmitió de generación en generación y fructificó una terrible herencia que los llevó al cautiverio y la desolación.

Haciendo un análisis podemos ver en nosotros que la herencia de nuestros propios padres ha dado fruto en nosotros, para bien o para mal. Seguramente repites palabras, reacciones, modos de hacer las distintas cotidianidades que aprendiste de ellos y muchos de estos rasgos te han conducido a una vida bendecida. O quizá esa herencia no ha sido de gran bendición para tu vida y probablemente estés multiplicando esa enseñanza como un círculo nocivo de tu generación a la generación de tus hijos.

Cuestiónate hoy: ¿Qué estoy heredando? ¿Estoy heredando bendición o maldición a mis hijos? ¿Hay algún rasgo que debería reforzar en mis hijos para no perder la herencia sana que recibí de mis padres? ¿Hay algún hábito, conducta, reacción, emoción que necesito cambiar o sanar para heredar bendición a los míos?

Meditar sobre los hábitos, las conductas, tu fe, el manejo de emociones, etc. y darte cuenta de lo que estás legando a tus hijos puede resultar abrumador pero no estamos solos en la tarea de la herencia generacional. Además, en caso que tu herencia no produzca un fruto de bendición, hay un patrimonio para ti y tu familia si has aceptado vivir una vida en obediencia a Dios.

Hace miles de años el Padre celestial confió su herencia a Abraham para bendecir a todas las familias de la tierra: “Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, …” (Génesis 18.19). “… y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente.” (Génesis 28.14). Aunque el pueblo de Israel rechazó esa herencia, no ha sido quitada de las familias de la tierra, está a disposición nuestra, a través de Cristo y su Santo Espíritu. “Y ustedes no han recibido un espíritu que los esclavice al miedo. En cambio, recibieron el Espíritu de Dios cuando él los adoptó como sus propios hijos. Ahora lo llamamos «Abba, Padre». Pues su Espíritu se une a nuestro espíritu para confirmar que somos hijos de Dios.Así que como somos sus hijos, también somos sus herederos. De hecho, somos herederos junto con Cristo de la gloria de Dios;…” Romanos 5.15-17a NTV

Papá, Mamá recibe la herencia que el Padre te otorga hoy, permite que su Espíritu se una al tuyo y déjate transformar por Él. Dios quiere multiplicar su herencia a través de sus hijos, de generación en generación a todas las familias de la tierra. El Padre celestial quiere fructificar bendición en tu hogar, comienza orando: “Padre, recibo la herencia que has preparado para tus hijos, une tu Espíritu al mío para confirmarme como hijo(a) tuyo(a). Quiero esa herencia para mi y mi familia”. Deja que el Espíritu Santo obre en tu vida, comprométete con un hábito de oración, estudia la Biblia para conocer la herencia que Dios quiere multiplicar en ti y esfuérzate en multiplicarla en tus hijos.

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