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Corazones sanos, iglesias sanas

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Por Anette Rojas Castro

“Pero ahora tienen que dejar también todo esto: no se enojen, no busquen hacer el mal a otros, no ofendan a Dios ni insulten a sus semejantes, ni se mientan unos a otros, porque ustedes ya han dejado la vida de pecado y ahora viven de manera diferente… Dios los ama mucho a ustedes, y los ha elegido para que formen parte de su pueblo. Por eso, vivan como se espera de ustedes: amen a los demás, sean buenos, humildes, amables y pacientes. Sean tolerantes los unos con los otros, y si alguien tiene alguna queja contra otro, perdónense, así como el Señor los ha perdonado a ustedes. Y sobre todo, ámense unos a otros, porque el amor es el mejor lazo de unión… Y cuando se enseñen unos a otros, o se corrijan, háganlo de manera inteligente… Todo lo que hagan o digan, háganlo como verdaderos seguidores del Señor Jesucristo, y denle gracias a Dios el Padre por lo que Cristo ha hecho por ustedes”. Colosenses 3: 8 – 17 TLA

Cuando leo estos versos el primer pensamiento que se me viene a la mente como humana que soy es que Pablo estaba “regañando” a los colosenses, pero en realidad les estaba recordando cómo deben ser las cosas ahora que son una nueva criatura, que lo más importante es llevar una vida en completa conexión con Cristo para poder resolver todo lo que en este mundo se llegue a presentar. 

Considero que a veces como iglesia tenemos esta idea un tanto ilusoria que cuando llegamos a los pies de Cristo y comenzamos a asistir a la congregación, e incluso en nuestros hogares también; todos debemos saber qué hacer o qué decir para estar en comunión unos con otros, pero pasamos por alto que nuestra naturaleza humana nunca deja de cohabitar en nosotros y los malos entendidos o diferencias tienen que presentarse. 

Y debo aclarar que no estoy promoviendo que estemos en contiendas constantemente unos con otros pero si considero que para poder tener una iglesia sana, con corazones sanos primero debemos normalizar el tener conversaciones incómodas unos con otros, que nos permitan exponer como dice Pablo, de manera inteligente lo que necesita ser aclarado para poder tomar acuerdos que fortalezcan la vida de cada uno de los involucrados. 

Si algo quiere dejarle claro Pablo a los colosenses es que en Jesucristo podemos encontrar todas las respuestas a nuestras inquietudes, podemos descubrir cómo actuar e incluso cómo pensar, solo prestando atención como Cristo lo hizo cuando estuvo con nosotros en esta tierra y proceder a ponerlo en practica. Una iglesia verdaderamente sana no es aquella que nunca tiene situaciones incómodas, sino aquella que se permite expresar las inconformidades que por naturaleza van a surgir para después voltear a ver a Cristo y encontrar la manera inteligente y sabia de resolverlo. 

Igualmente sucede en casa, estamos impuestos a evaluar a las familias como sanas o aceptables cuando “no pelean seguido” o “nunca se enojan” pero eso solo ocasiona que se repriman las emociones que deben ser expresadas y trabajadas. Como lo he mencionado en otros espacios, “Para tener relaciones interpersonales sanas hay que tener conversaciones incómodas”, Jesucristo las tuvo con los fariseos e incluso con sus discípulos y eso no cambió el amor que les tenía, ni mucho menos el sacrificio que estaba dispuesto a hacer por nosotros. 

3 prácticas en las que podemos trabajar para tener relaciones familiares más sanas:

1.- Trabajar en tener una escucha activa, para ello puedes proveer un espacio en el que todos en casa tengan la posibilidad de expresar cómo se sienten, y qué acciones los llevaron a sentirse así, cada integrante de la familia estará dispuesto a escuchar sin juzgar o buscar defenderse primero. 

2.- En lugar de evitar la confrontación, ponerla en práctica de una manera saludable, para que al permitirnos expresar las inconformidades podamos tomar acuerdos y negociar para el bienestar de todos los integrantes en casa. 

3.- Respetar los acuerdos a los que se han llegado, con esto cada integrante de la familia podrá ir experimentando que sus necesidades en casa son cubiertas así como el entender que habrá momentos donde el ceder y colaborar con otros es necesario. 

Estas mismas prácticas podemos ejercerlas en la iglesia, célula o espacios de reunión, definitivamente el conflicto es inevitable donde estamos reunidos más de dos personas, pero la estrategia de trabajo hará una gran diferencia en los resultados. La palabra de Dios está llena de consejos que podemos poner en práctica para tener una convivencia más sana en nuestra familia y congregación, hagamos uso de ese maravilloso recurso.

Es mi oración que esta palabra pueda bendecir a cada uno de los integrantes de las familias que lleguen a leerlo o escucharlo, oro para que sus familias siempre puedan resolver sus conflictos sanamente y sean bendecidas a través de ello, no bajemos la guardia recordemos que familias genuinamente sanas, y aclaro “no perfectas” darán como resultado iglesias más edificantes. 

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