SERIES

Un mar de emociones

Haz clic para escuchar

Por Gaby Vargas

Mis ojos se oscurecieron por el dolor, Y mis pensamientos todos son como sombra.

Job 17.7

En la palabra de Dios podemos encontrar numerosas historias de personajes bíblicos que vivieron situaciones semejantes a las que vivimos en la actualidad, una de mis favoritas es la de Job ya que el teniéndolo todo, riquezas, familia, tierras de repente le fue quitado todo y lo que más me sorprende de él es como aun en su dolor jamás renegó de Dios.

Una de sus frases fue ¨Jehová Dios dio, Jehová Dios quitó¨. Imagino que el experimentó un mar de emociones durante su proceso pero su mirada siempre estuvo enfocada en aquel que le dio todo.

Cuando supe que venía en camino mi segundo bebé di gracias a Dios, abracé a mi esposo y a mi hijo, juntos celebramos la futura llegada de ese bebé. Tenía un mes que el Señor nos había llamado a pastorear una congregación lejos de nuestra ciudad, fuera de nuestra zona de confort, nosotros con amor aceptamos; nos sentíamos completamente felices disfrutando de cada etapa de nuestras vidas. En ese momento, mi mar comenzó a llenarse de emociones de felicidad, alegría y gozo, me preguntaba ¿Será niña? o ¿y si tengo un varoncito?, ¡qué más daba el sexo del bebé! Solo queríamos que llegara a nuestras vidas con completa salud.

Pasaron las semanas y fuimos a nuestra primera consulta, ahí pudimos ver cómo ese pequeño se desarrollaba con perfecta salud. Pasaron los días y un sábado por la tarde comencé a sentir cómo venían dolores fuertes a mi vientre, lo tocaba y oraba al Señor por la salud de mi bebé; las horas pasaban y el dolor aumentaba, mi miedo a perderlo se hacía cada vez más grande. Tuvimos que ir al hospital, a las 3 de la mañana tomamos rumbo y yo con un mar de emociones dentro de mí, ya no eran como las de hacía unas semanas; ahora tenía miedo. Mientras más pasaban los minutos mi temor aumentaba y solo podía tomarme de la mano de Dios por medio de la oración. Llegamos al hospital, me controlaron las contracciones y a las horas me dieron de alta. Sinceramente yo creí que el susto ya había pasado, lo que yo no sabía era que venía la parte más difícil.

A la mañana siguiente, mientras me bañaba para irme a consulta, sucedió lo que jamás hubiera imaginado, mi cuerpo expulsó a mi bebe en la regadera. ¿Cómo explicar lo que viví en ese momento? La verdad es que no sabría cómo describir exactamente ese mar de emociones que empezó a inundar mi ser. Llamé a mi ginecólogo y me dio indicaciones de tomar a mi bebé en una servilleta y llevarlo a examinar, esto para confirmar que sí haya sido él bebe lo que expulsé. No puedo llamarlo embrión o feto porque a pesar de las escasas 8 semanas que tenía para mí era mi bebé, era parte de mí.

De aquí para adelante la situación comenzó a tornarse más difícil, entrar a quirófano no fue sencillo, aceptar lo que estaba pasando tampoco lo fue. Pasaron los días y comenzó mi proceso el cual yo llamo “Mi desierto”. ¿Por qué lo llamo así? Porque en ese momento yo me sentía sola, a pesar de estar acompañada; me sentía triste, a pesar de tener más razones por las cuales estar feliz; tenía pocas ganas de hablar con el Dios que estaba conmigo y debo reconocer que cuestionaba mucho a Dios y le pregunté ¿por qué? ¿por qué a mí? No obtuve alguna respuesta, al contrario, sentía el vacío más grande.

En esta etapa el enojo se hace presente. Dios por naturaleza nos a hecho mujeres y hombres con emociones. Hoy quiero decirte que es completamente normal el sentir enojo, tristeza, desánimo, llorar todo el día, llorar toda la noche, pero como dice Salmos 30:50 “Porque un momento será su ira, Pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría”.

En mi proceso lloré tanto, grité, quería estar sola e incluso llegué a golpear la pared desesperadamente ¡quería encontrarle una salida a mi dolor! y si la encontré. De rodillas en mi cuarto, mientras escuchaba una alabanza que decía “Espíritu ven, Espíritu ven a este lugar” (aun la escucho), sentí ese abrazo de papá. Recuerdo ese momento y lloro. Sentí cómo Él vino y me abrazó. Con todo y mi mar de emociones me sentí completamente libre y entendí que Dios tiene un propósito para cada situación que vivimos en nuestras vidas.

Puedo decirles y asegurarles que no salí igual de mi desierto, ¡salí con una doble porción de Fe y confianza en mi Dios! Aunque a muchos les parezca esto locura, a mí me parece que Dios sabía perfectamente cómo llevarme a esa doble porción de Fe tan necesaria en mi vida. 

Para confirmar esa Fe, a las dos semanas quedé embarazada nuevamente, me dijeron los doctores que me preparara emocional y económicamente para un segundo legrado, pero yo estaba llena de esa doble porción de Fe y ahora esa promesa la cargo en mis brazos y me dice ´Mamá´. Recuerdo con amor a ese bebé que por medio de su pérdida Dios me mostró su amor tan grande. Lo recuerdo con amor y siempre tendrá un espacio en mi corazón, ahora abrazo con fuerza y agradezco a mi Dios por mis dos pequeños hijos.

Deja un comentario